Castilla-La Mancha, tierra de barro y arcilla, mantiene la tradición milenaria de la ALFARERIA desde tiempos inmemoriales, creando piezas únicas con la ayuda del torno o rueda giratoria y sus hábiles y expertas manos.
Alfarería, palabra de origen árabe, concretamente del vocablo al-fahhar, cuyo proceso de elaboración comienza con el amasado de la arcilla, para que se distribuyan de manera homogénea las distintas partículas y la humedad y para evitar la formación de burbujas de aire que den lugar a piezas defectuosas. El siguiente paso consiste en el moldeado manual o con la ayuda de distintas herramientas. En esta parte del proceso se agrega agua, de manera que la arcilla mantenga su plasticidad y no surjan rajaduras. Después la pieza es dejada al aire libre para que se seque, en una fase conocida como estado de cuero. Cuando la pieza está totalmente seca, adquiere mayor dureza y un color más claro. El alfarero puede entonces lijar la pieza para dejarla más prolija. Finalmente, la pieza de alfarería es llevada al horno, donde adquiere mayor resistencia y pierde su humedad química.
Los centros alfareros más importantes de Castilla-La Mancha están íntimamente relacionados con la localización de yacimientos de arcilla de características especiales en el subsuelo de la zona. Destacamos entre otros los centros alfareros de Chinchilla, con sus cuerveras, sus morteros, queseras y jarrones de ordeñe, y Villarrobledo, con sus tinajas, en Albacete, y Priego, con sus cántaros, y Mota del Cuervo en Cuenca, otras alfarerías a destacar son las de Ocaña, Cuerva, Puebla de Montalbán y Navalucillos, pueblo de la provincia de Toledo.
Una vez creada la pieza de alfarería, los ceramistas son los encargados de elevar al grado de arte su decoración con esmaltados y motivos pictóricos.
Castilla-La Mancha alberga dos de los centros ceramistas más importantes del mundo: Talavera de la Reina y El Puente del Arzobispo en Toledo. Las más antiguas culturas presentes en esta tierra ya dejaron piezas excepcionales en el Paleolítico o en la Edad del Hierro
Los tradicionales azules de las cerámicas de Talavera junto a las tonalidades amarillas y naranjas, o los verdes del Puente del Arzobispo combinados con amarillos y naranjas y sus motivos decorativos relacionados con el mundo de la caza (conejos, ciervos, pájaros…), constituyen un ejemplo de la variedad cromática y habilidades de los artesanos castellano-manchegos. Que hoy dan forma lo mismo a piezas clásicas, basadas en las que fueron destinadas en origen a albergar vinos y aceites, hasta modernas creaciones reconocidas internacionalmente.
En cualquier caso, es evidente que la presencia viva de la artesanía en la sociedad industrial moderna depende, en última instancia, de su capacidad para satisfacer necesidades económicas y culturales, así como de la sabiduría de los pueblos para valorar adecuadamente, por una parte, la recuperación y mantenimiento de su historia y patrimonio cultural en el momento actual y, por otra, su preservación para las generaciones que habrán de seguirnos.
La expresión más reveladora y gráfica de la acusada sensibilidad de la sociedad actual por el tema artesano se encuentra en la continua y repetida apelación que los mensajes publicitarios de numerosos productos que, por cierto, en su mayoría son elaborados en grandes series y con técnicas calificables de “industriales”.
Así nos encontramos con términos tales como “de artesanía”, “producto artesano”, “hecho a mano”, u otro tipo de alusiones que proclaman la autenticidad de estos productos, asimilándolos al modo de producción tradicional: “como lo hacían nuestros antepasados”, “como se viene haciendo desde hace siglos”… Sirvan estas entradas sobre la artesanía y herencia cultural para dar un empuje a este arte que nos han dejado nuestros mayores y el cual no hay que perder, sino valorar y reconocer, seguir aprendiendo y siempre agradecer a nuestros mayores la gran herencia cultural que nos han dejado y que depende de nosotros el que también se la dejemos a nuestros hijos. YGD